Estamos
una vez más en el parque, ellos
alborotados, felices a juzgar por el vaivén de sus colas. Hoy es un día especial, 'Duncan' lleva
una pañoleta verde en el cuello, que dice “Feliz Navidad”, yo mismo la hice. Junto a 'Candy' y el pequeño 'Lagartija', son la familia
perruna que sazona mis días con afectos
y travesuras y le pone la pelusa a mis
pantalones.
Solo
espero que se calmen para disfrutar de la salida. Está cayendo la noche y brillan
los anuncios publicitarios en la avenida. La brisa acaricia; seduce, invitando a caminar
interminables cuadras sin sentirlo. El firmamento está encendido, como si el
rostro de Dios estuviera a punto de asomarse en el cielo. Los miro
y pienso que soy uno más del clan, que
tengo alma de perro, que estoy a punto de mear al pie de un árbol o aullar
desaforado por amor.
'Candy'
es una dama con el cuerpo equivocado; a sus tres meses de vida se incrustó en la mía para quedarse en ella definitivamente; y digo dama porque es una “lady” de
verdad. Pulcra e incomparable, diligente
traedora de pantuflas y periódicos. He sido su partero improvisado dos
veces, en largas y agotadoras jornadas nocturnas. Emocionado como un niño, pasé
aquellas noches cortando cordones umbilicales y calentando a sus crías con una
secadora de pelo y una bombilla de luz. Cuidé a sus cachorros con prolijidad algún tiempo, hasta verlos partir hacia nuevos hogares y sufrí de tristeza. No
es fácil desprenderse de algo tan querido, que viste nacer y has cuidado con esmero, para no saber cuál será su destino. En la actualidad, 'Candy', a sus nueve años
de edad; que ya es bastante para un perro, todavía mantiene esa vitalidad
juvenil, pero sé que los achaques propios de la vejez llegarán pronto.
Menudo susto
me ha dado cuando la operaron hace poco tiempo y estuvo a punto de morir por una dosis
de anestesia que paralizó su corazón; o cuando la atropelló un taxi hace algunos años, arrojándola unos cinco
metros en la calzada, saliendo por suerte ilesa.
'Duncan'
es el galán de dorada estampa. Algo alocado
pero un buen chico al fin y al cabo, que no le haría daño a nadie; por lo contrario, agradar y servir serán sus
deseos siempre. Al verlo caminar asentando esas patas de león en el camino, pienso en cómo a pasado el tiempo y cuanto ha
crecido. La bola de peluche que cabía en mi mano hace siete años, es ahora un dorado
fortachón; intimidante, para quienes no conocen la bondad de su corazón y no han reparado en su mirada
de niño curioso. Es el hermano perro que hubiese deseado tener en la infancia, cuando
jugaba con las sombras de mi soledad en
la casa de mis abuelos. Cuánta falta me hizo; pero llegó al fin este
bribonzuelo, psicólogo cuadrúpedo, devorador de mi estrés cotidiano.
Por último; ya nada sería igual sin el paticorto, enano erótico y llorón que es 'Lagartija'. Pudo llamarse 'Richie' o 'Juanito', o quién sabe qué,
pero su alargado cuerpo y esa forma de estirarse los músculos marcaron su apelativo. Llegó por casualidad. Me lo dieron unas muchachas en un evento canino,
dijeron que lo habían encontrado en la calle. Lo cuidaba por unos días mientras buscaba su hogar; puse avisos en mi cuenta de Facebook, pegué afiches para
encontrar a sus dueños, pero ellos nunca aparecieron. Pasaron los días y el huésped se había ganado un espacio en casa. Retiré los avisos y puse:
“Ya fue adoptado”. Lleva algo más de dos años conmigo y es inseparable.
Espero contar con ellos el mayor tiempo posible. Quiero tener una incondicional pata amiga en mi vida, una tibia y
reconfortante lamida en la nariz siempre; un perro que me ladre en este mundo, que ya es
bastante.